Por las nubes.

No sé si es por la bajada de temperatura,  por el hecho de que llueve y no tienes paraguas o porque hay demasiadas nubes a las que aferrarte. Lo único que sé es que el calor alegra al cuerpo, te anima a recorrer montones de bosques sin mirar la dirección y te empuja a saltar precipicios sin contar los metros que te separan del suelo. Pero claro, el frío llega siempre, amarra los sentidos y despierta la mente para poder encontrar cobijo entre los matorrales. Razón tiene el refrán que dice que hasta el 40 de mayo no te quites el sayo, pues ayer te dirigías al sur sin equipaje y hoy rompes el billete.

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