Momentos en los que la cordura asoma gracias a ti.

No sabes lo duro y dichoso que me resultó aquella tarde de julio en la que compartimos uno con ochenta centímetros de cama. Fueron veinte minutos eternos que nunca debieron terminar. Estaba tan nerviosa que fui incapaz de dejarme llevar, junto a ti, por los brazos de Morfeo. 
Estaba a milímetros de rozarte, pero no podía. Tenía frío pero me arropaba aquel calor que emanaba de ti. Tenía tanta emoción recorriendo mis venas, sentía que todos los dolorosos días que habían precedido ese momento no eran suficientes fuertes contra ti. Aquel incómodo colchón ya no parecía tan tosco, por las rendijas de la habitación se colaban pétalos de girasol. Encontré mi paraíso para el resto de días.

Durante ese tiempo intentaba respirar lo más silenciosamente; aunque yo lo que realmente deseaba hacer era rodearte con mis brazos, descansar sobre tu pecho y llorar.

Te quiero. Te quiero. Te quiero.
Siempre.

Comentarios

Entradas populares