Las noches son frías contigo.
Poco queda del calor que me brindaste estos meses atrás. Después de cajetilla y media he llegado a la conclusión de que el humo del tabaco no te traerá de vuelta, con suerte dibujará en el viento tu sonrisa pero eso ya es culpa de mi locura. Me lavo la cara para quitarme el maquillaje procurando no mirar el espejo, me cambio y salgo a correr porque necesito dedicarme algunos minutos a mí misma. Veinticuatro horas son demoledoras sin ti y debo aprender a ser un poco egoísta de vez en cuando. Anochece y la luna me mira con tristeza, está cautivadora como siempre pero no es lo mismo si no puedo comentarlo contigo. Cada noche la luna y yo nos miramos, ella me regaña y acuna, yo solo lloro mientras siento otro día agotarse entre mis manos.
Pronto hará un mes y el tiempo todo lo cura. Odio esta última frase, es la típica coletilla de la amistad, te la dicen o la dices en cualquier circunstancia cuando algo no ha sucedido como se desea. El tiempo es como ese amigo ausente que siempre te recuerda lo finito de una ilusión. Siempre corre, quieras o no, es la única verdad que nos acompaña desde que nacemos hasta que nos despedimos. El tiempo convierte en escarcha el afecto pero no ayuda a olvidar. Meter un recuerdo en una bolsa de basura, dentro de una caja y arrojarla al mar solo evita el momento temido, pospone una situación con la idea de que el tiempo nos ayude y no arrastre la caja hasta la playa en la que veranearemos en un futuro. La escarcha tarde o temprano se deshace, el calor siempre vuelve.
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