Bailando.
La noche nos envolvía sin estrellas que poder contemplar pero teníamos el ritmo que nos envolvía y nos acercaba. Girábamos y girábamos con la garganta ardiendo. Saltábamos mientras me contabas como perdiste la fe en los brazos de aquel veneno llamado amor.
Otro trago y seguimos balanceándonos. Fue fácil encerrar las penas durante esas horas. Demostraste ser, además de un cabeza loca y un alma perdida, un caballero. Un caballero escoltado, casi, hasta la puerta de su casa.
Poco se parecía la escena a la contemplada hace unos años, yo descalza y tú mirándome sin pestañear.
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