Un balcón sin vistas a la montaña.

Dulce manta que te extiendes por el cielo de esta pequeña ciudad periférica de Madrid, claridad posada sobre los tejados de los edificios, tapas la oscuridad que añoro contemplar desde mi ventana. Adiós a cada punto brillante de la noche, adiós a la claridad lunar. Ahora me toca brindar junto al grito ahogado del sol por no poder reflejarse en esta parte de la meseta. Bienaventurados aquellos que hacen el amor a la contaminación, yo duermo abrazada a la soledad de saberte cerca mío. 

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